jueves, 28 de abril de 2011

La puerta del error

'Había una sola puerta, con cartel encima que decía: ERROR. Por ahí salí.'
Así comienza la última novela de César Aira, un escritor diferente y poco ortodoxo al que sigo con mucho interés desde hace ya algunos años. Este comienzo de la novela (que por cierto se titula 'El error' ) me dio bastante que pensar como metáfora de la creación, del proceso que uno emprende al escribir una partitura. Creo que en general la música contemporánea tiende a justificarse con una especie de infalibilidad: procesos que terminan, se desarrollan y encajan en el puzzle de una forma preestablecida, precisión alemana ante el pavor de los cabos sueltos. El tema de la 'profesionalidad' pertenece indisolublemente a este campo. El compositor 'profesional' se esmera en que todas sus decisiones sean justificables, analizables, observables, demostrables, tal vez perspicaces...pero también predecibles, seguras y aburridas. Generalmente no pasa por esa puertita necesaria con el cartel de ERROR. Nono ya hablaba de esto en 'el error como necesidad':
En lugar de escuchar el silencio, de escuchar a los otros, esperamos escucharnos todavía una vez más a nosotros mismos. Esta repetición es académica, conservadora, reaccionaria. Es un muro elevado contra el pensamiento, contra aquello que no es posible explicar, todavía, actualmente. Es el producto de una mentalidad sistemática, basada en los a priori interiores o exteriores, sociales o estéticos. Amamos el confort, la repetición, los mitos; amamos escuchar siempre la misma cosa, con sus pequeñas diferencias que nos permiten demostrar nuestra inteligencia.
El punto de partida para la mayoria de los compositores 'profesionales' está precisamente en ese 'escucharnos una vez más a nosotros mismos'. Cuando esto ocurre se da una especie de alineamiento entre la creación y lo seguro, la invención y lo académico. El error no se entiende únicamente en el sentido práctico de la palabra (una partitura mal escrita) sino también desde el punto de vista estético. Todo lo que es ligeramente distinto o transgresor es generalmente relegado a la categoría del error. En general hay una especie de pánico, un abismo ante lo impreciso, lo incierto, lo incontrolable, lo que no se puede definir o etiquetar de una manera clara. La 'profesionalidad' reside precisamente en la habilidad para encasillar de forma sistemática todo aquello presente en las obras, para observar todos sus recovecos con la lupa de lo normativo. Me parece que el mundo de la música contemporánea es especialmente conservador en este sentido. No hay más que pasarse por algún festival 'importante' para darse cuenta del aprecio que provocan las obras que se enmarcan en el estilo de cierta vaca sagrada. Generalmente las obras 'diferentes' provocan estallidos de indiferencia, o irónicas risitas de concierto (hasta estas se vuelven poco originales). Creo que el mundo del cine, del teatro y la literatura poseen más ángulos en este sentido, son disciplinas que se asustan menos de lo desconocido, de vez en cuando renuevan el formol.
No sé si lo que hago es diferente, creo que es algo que no me corresponde juzgar. Sin embargo, todos aquellos que se atreven a salir de vez en cuando por la puerta del error merecen todo mi respeto.