viernes, 15 de junio de 2012

Más o menos

Tengo la impresión de que generalmente, el mundo de la interpretación de la música contemporánea tiende hacia la política del más o menos: acercarse a un lenguaje sin sumergirse en él, flotar sobre la superficie de las cosas, llegar al 40%, 50%, conformarse con el cascarón, música de usar y tirar.
Cuando interpretamos a Mozart, cualquier interferencia nos acerca a un vértigo desagradable, la música se quiebra, a veces irremediablemente. Es por ello por lo que los músicos invierten horas y horas en estudiar los mismos pasajes, en una especie de ritual controlado para acercarse a un modelo o ideal interpretativo. Con la mayoría de las obras contemporáneas (incluyendo algunas de las mías) este problema es constante (aunque por supuesto la calidad de la música no sea ni mucho menos comparable a la de Mozart).
El problema está generalmente definido por la estructura y la economía de los conciertos y los festivales: falta de tiempo, dinero, voluntad, una tendencia hacia el entretenimiento fácil y reconocible, miedo hacia lo desconocido y aceptación de lenguajes plenamente académicos, gusto por lo ya masticado, admitido , esperado.
Entender un nuevo lenguaje y tocar las notas son dos partes complementarias (pero a veces casi antagónicas) del proceso de la interpretación. La primera parte es mucho más complicada que la segunda: requiere tiempo, voluntad de sumergirse en un lenguaje ajeno, a veces plenamente privado, difícilmente accesible. La parte técnica es importante, aunque yo sigo prefiriendo una versión llena de errores pero con una comprensión del contenido de la obra, con la energía adecuada (a veces los dedos y el cerebro no se alcanzan, se sobrepasan )
Hoy en día, tener más de 5 ensayos para una obra es generalmente un lujo que aparentemente choca con la realidad y la estructura económica/laboral/vital de la mayoría de los músicos. Las obras salen a medias, pero también muchas obras se escriben a medias. Quizás vivamos en una época en la que deberíamos acostumbrarnos al armazón de las cosas más que al contenido real, a escuchar un simulacro de lo que se pretende decir, a las ideas sueltas pero sin materializar, a la inmediatez y al pragmatismo.
A mí, sin embargo, me cuesta aceptarlo.

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