miércoles, 16 de febrero de 2011

El vértigo de lo real



Desde hace tiempo escribo obras en las que utilizo objetos cotidianos, de "andar por casa". Al principio estaba convencido en la alienación del rol de estos objetos en el discurso de la obra. Esto generaba un punto de partida cada vez diferente. Los objetos perdían o no tenían una simbología concreta, se adentraban en el mundo de la obra sin relacionarse con el mundo exterior. El discurso de la obra y el objeto se fusionaban para crear un nuevo punto de partida  (1+1=0).
   Pues bien, me había equivocado. Hoy creo que 1+1=2 (bravo!). Me parece que de alguna manera los objetos (por exóticos o extraños que resulten) se vuelven artefactos necesarios del universo de la obra pero también tienen un ancla en el mundo real, fuera de la obra. Y allí es dónde empieza el vértigo de lo real. De alguna manera transportamos nuestros mapas de la memoria a la pieza en cuestión. Si vemos unas pelotas de ping-pong en el escenario tendremos inmediatamente una asociación con nuestra experiencia cotidiana de esos objetos, fuera del escenario. Además de su papel en el discurso de la obra son portadores de una porción de nuestras asociaciones individuales con el mundo exterior.
   La pregunta que se genera a continuación es la siguiente: es posible hacer concordar el mundo de los objetos con el universo de la obra, hacer que coincidan (1+1=1)? es decir, ¿que el objeto "mesa" sea una mesa en el mundo real y una mesa en el ámbito de la obra, sin que el contexto artístico transcienda sobre el objeto en sí?
No tengo una respuesta clara para esto, creo que esta se da de forma individual y subjetiva por parte de cada compositor y cada oyente.
  Hace poco llegó a mis manos un libro de un tal Guilles Tréhin (http://www.urville.com/ . Es un artista autista que lleva más de 20 años dibujando una ciudad imaginaria llamada Urville, vista desde todos los ángulos, con mapas detallados y nombres para cada uno de los rincones de la misma. La ciudad tiene ya más de 11 millones de habitantes y sigue creciendo. Lo extraño y lo fascinante de todo esto es que los dibujos y los planos de la ciudad parecen hiperrealistas. Los bocetos podrían haber sido tomados en cualquier gran ciudad en el mundo. Todos los detalles parecen haber sido diseñados por un cartógrafo experimentado. Aquí empieza de nuevo el vértigo de lo real, cuando un universo absolutamente ficticio se compone de elementos tan reales que nos cuesta creer que no pertenezcan al mundo tangible sino al imaginario.

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